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9 sept 2013

Síndrome del nido vacío


M

e equivoqué, al igual que la paloma de Alberti. Pensaba que cuando llegara la hora de llevar al niño al colegio por primera vez iba a sentir una enorme alegría y orgullo paternal, las tareas cotidianas se facilitarían considerablemente y pondríamos fin a toda esa anarquía doméstica que conlleva tener a esos ‘locos bajitos’ corriendo por la casa en busca del lugar más inverosímil donde dejar sus juguetes. No contaba  yo con la manifestación prematura de eso que llaman el ‘síndrome del nido vacío’, probablemente contagiados del pueblo americano, que encuentra un síndrome en cada disfunción mental con la que se tropiezan a diario. Recuerdo —o me ayudan a recordar— que en un momento similar hace muchos años me deshice en lágrimas y me aferré con todas las fuerzas de mi escasa edad a la falda de mi madre, preguntándome por su traición y buscando con el rabillo del ojo un lugar seguro donde esconderme. Hoy he tenido que ocultar en ellos una lágrima incipiente que se empeñaba en asomar y amenazaba con resbalar por mis mejillas, delante de toda la comunidad educativa con nuevos padres desamparados. Y eso que ahora programan un periodo de adaptación, y reciben a los alumnos de forma gradual. Lo malo es que a los padres no nos adaptan escalonadamente los sentimientos. Los que hemos pertenecido a ese grupo exiguo y privilegiado que ha disfrutado de su hijo sin tener que llevarlo a la guardería, con la inestimable ayuda de los abuelos, nos encontramos quizás más desvalidos ante este destete por decreto.

Me ha comentado una compañera que en algún país nórdico los niños comienzan en el colegio a edades más avanzadas. Consideran por allí que aprovechará más y mejor su formación con una mayor madurez. Aquí la etapa infantil es voluntaria, pero a ver quién es el guapo que aparece con su criatura a los seis años, cuando todos sus compañeros saben leer y escribir, y andan ya por la segunda hornada de dientes. A lo mejor hasta le dan la bienvenida en inglés, que para eso está en su currículo.

No sé si  mi dicotomía de profesor y padre ha originado una presbicia intelectual, provocada por un amor irrefrenable hacia mi hijo. Dentro de esta patología me llego a cuestionar si en esta sociedad, en la que estamos creando de niños cada vez más preparados, los padres nos estamos olvidando de dedicarle más tiempo a ellos y a sus juegos. Cuando veo las caras fatigadas de algunos que empatan el colegio con el comedor, las actividades extraescolares y la guardería, me da la impresión de que esta vida moderna no está demasiado bien montada. Tendremos que hacer un acto de fe y confiar en que, después de todo, nacemos de verdad con un ángel de la guarda que cuida nuestros pasos.
 
(Publicado en el periódico "La Opinión" el 11/11/2003)

4 comentarios:

Juglar dijo...

Estreno con mi aplauso!
Recuerdo, con lujo de detalles, la escena con mis hijos en la puerta del Colegio...y ya hace unas décadas!
Efectivamente, tenemos mucho que aprender de esos países nórdicos, que sólo con sol y dieta mediterránea no es suficiente!
¡Buen artículo, George!
Un abrazo.

Jorge dijo...

Muchas gracias, querida amiga. Espero verte, en breve, por las aulas. Aunque tú ya hace mucho tiempo que echaste a volar de ellas, nunca -afortunadamente para todos nosotros- abandonas el nido.
Un abrazo

Lidia Árbole dijo...

Jorge, aun no tengo hijos, pero como me has emocionado... Gracias.

ÁNGEL ADAN dijo...

Estimado Jorge.

Me encantó el artículo y aunque mis hijos ya son grandes, 25 y 18 años respectivamente, todavía me acuerdo del primer día, especialmente de mi hija mayor, pero en la guardería porque no tuve la suerte de tener a esos abuelos que pudieran darles esas primeras clases magistrales.
Tanto me ha gustado que se lo voy a pasar a una sobrina que hace poco ha pasado por esa experiencia.
Aunque los que tenemos más de un hijo, decir también que el segundo no tiene que ver nada con el primero.... será porque ya estamos vacunados je je je

Un abrazo y por favor no pierdas las mañas y sigue publicando cosas así puesto que seguro sigues emocionando a más de uno, tanto como me lo has hecho a mi.