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18 oct 2014

¿Estrés o no lo es?

M
i abuela lo llamaba agonía y, a veces, ‘magua’, dependiendo de si la ansiedad terminaba por asomar a la comisura de los ojos en forma de lágrima, en un intento de liberar el alma de pensamientos tristes. Después de seis hijos, criados a solas tras quedar viuda, un cáncer de pecho superado y otro de pulmón a medias, terminó venciendo con sus ganas de vivir y su enorme sentido del humor a todas las ansiedades posibles. No sé qué pensaría ahora de esta enfermedad que cada año ocasiona pérdidas millonarias y produce miles de bajas laborales.
Claro que la vida ha cambiado bastante desde su juventud. Ahora los hijos vienen casi sin hermanos, después de pruebas de amniocentesis y partos de alto riesgo, y forman parte de las estadísticas que nos alertan de que más de 51,1% de mujeres estuvieron de bajas por motivos “ginecológicos”, relacionados con estrés laboral, el año pasado. Aunque eso no pasa en ciertas tribus del Amazonas, en donde los hijos literalmente se les caen a sus madres del vientre y se presentan en el mundo sin sonrojarse lo más mínimo. La —a priori— maravillosa ‘Ley de Conciliación de la Vida Familiar y Laboral’ no ha facilitado en absoluto su incorporación al mundo laboral. Más bien nos hace recordar hasta qué punto estamos lejos de otros países más avanzados de Europa en este tema, y qué fácil sería mejorar esa ley y hacerla efectiva de verdad para la pareja. Mientras nos empeñamos en intentar adelantar a la vida por la derecha y cumplir con nuestras responsabilidades como padres y con nuestras obligaciones laborales, el estrés se va apoderando de nuestras mermadas energías y llegamos a pensar en por qué no podremos vivir como esos poblados indígenas, en donde la mejor guardería es la espalda de la madre. A lo mejor pensamos que la razón es que ahora los niños son más despiertos, ya que la mayoría de nosotros no fijábamos bien los pies hasta finales del primer año... A este mundo tan avanzado tecnológicamente se le ha olvidado crecer hacia dentro, y nos pasamos el día ahorrando tiempo con unas máquinas para invertirlo luego en otras. En este sentido tenía ya razón Tarzán cuando preguntaba a los porteadores de progreso que iban a su selva  a construir una vía ferroviaria para ganar más tiempo, “tiempo, ¿para qué?”, decía él.

El estrés se ha convertido en la enfermedad del siglo XXI, con unas terribles consecuencias que veremos a largo plazo. Lo malo es que nos cuesta creer que las cosas realmente importantes sólo caben en la agenda del corazón. Son las que detienen el tiempo y erradican la tristeza; para las que no hay cita posible, sino que esperan a ser abrazadas cuando se presentan. Confío en que, con las prisas, no se nos escape ese tren.

Artículo publicado en el periódico "La Opinión de Tenerife", el 20 de julio de 2004. 

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